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Salí ileso de un accidente de tren. Ni un solo rasguño de un aparatoso accidente de tren y sin embargo, el otro día, pisé una caca de perro y me descalabré la pierna derecha. Al llegar a casa con la pierna escayolada y muletas, mi mujer, que aparcó la circunspección el mismo día que nos casamos y desde entonces no ha vuelto a hacer uso de ella para conmigo, me dijo -- ¡ Lo sabía, mira que te lo he dicho mil veces, nunca miras al suelo, hay que mirar al suelo cuando se anda ¡
De hecho tiene razón, yo nunca miro al suelo cuando ando, yo no soy como Raskólnikov que andaba con la cabeza gacha por las calles de San Petersburgo, compungido y melancólico. Yo soy un tipo vivaz, alegre incluso. A mi lo que me gusta es mirar hacia delante, o a los lados, o hacia donde haya alguna chica bonita. Además, de las pocas veces que miré al suelo cuando andaba, la caca me vino del cielo, de un palomo creo, o quizás de un gavilán, aunque seguro fue un palomo, abundan más.
Cientos, miles, millones de palomos por todas partes, en las calles, en los parques, en las cornisas, en la ropa tendida, incluso el cielo es un cielo palomero. La caca de palomo acertó de pleno en mi calvorota pero no me dolió. La caca de palomo nunca duele aunque caiga desde muy alto, es como mermelada ácida, al principio refresca y luego corroe. Tampoco huele, es inodora y eso hace que no se perciba si cae sobre la ropa. He visto a mucha gente con una caca de palomo adherida a la solapa haciendo vida normal. Con la caca fosilizada, atomizada en el vestido durante días, semanas, algunas veces incluso meses, hasta que alguien repara en ello y les dice; ¡ Hey, lleva usted una caca pegada en la chaqueta ¡
Con la caca de perro no ocurre lo mismo. La percepción, salvo excepciones es inmediata. Pisar una caca es dramaturgia, una tragicomedia en estado puro. La calle es el escenario, la caca forma parte del decorado, el pisante es el actor principal y los paseantes el público. Una vez el pisante ha ejecutado la acción de pisar-aplastar, intenta cerciorarse de que nadie le ha visto con leves movimientos rotatorios de la cabeza. Entonces comienza a andar. El zapato virgen de excrementos inicia el paso normal mientras el otro, que sostiene el peso de la vergüenza, traza un forzado frotamiento con el asfalto. Después de unos seis o siete metros recorridos, el pisante se detiene de repente como si hubiera olvidado alguna cosa, deja pasar a todos los paseantes sospechosos de haber sido testigos oculares de su acto pecaminoso que se alejan sonrientes, y disimulante, se parapeta entre dos autos estacionados, donde antes de atreverse a mirar la suela mancillada, la refriega numerosas veces contra el bordillo al tiempo que exclama improperios.
Yo no tuve tantas oportunidades, ni siquiera pude disimular, incluso puedo decir ahora que ni la pisé. Abrí una brecha a dos bandas, la Panamericana de las mierdas, dos flancos de caca y entremedio mi zapato que se deslizó hasta dos metros más allá, donde aterricé con todo el cuerpo justo enfrente de una cafetería repleta de turistas que consumían su desayuno basado en café con leche y pinchos de tortilla española. Para ellos, fue como presenciar un espectáculo circense o la actuación de un tramoyista .
Una vez me levanté tuve que enderezarme, el pie derecho apuntaba al sur, el izquierdo al norte pero así incluso mantuve el tipo y me alejé de allí lo más rápido que pude. En la esquina, alejado de miradas ajenas percibí la gravedad del asunto, no sólo cojeaba de la pierna diestra sino que llevaba mierda hasta en las orejas. No sé con seguridad si la caca era de perro o de otro mamífero, no soy un experto en escatología, lo supongo porque no puedo imaginar tigres, cebras o canguros paseando por las calles de la ciudad, y en cuanto a la caca de gato puedo testificar que jamás he visto ninguna aunque yo tuve gato y es curioso que jamás lo viera cagar. Pero si de una cosa estoy seguro y en esto no me cabe ninguna duda, es quién paseaba al supuesto perro era un cerdo, y a todo cerdo, queridos amigos, a todo cerdo digo, le llega su San Martín.
No sé porqué me suena mucho esta historia. ¿Quién no ha pisado nunca una mierda? Amras, sabes hacer de lo cotidiano un relato divertido y transcendental. Es mi modesta opinión.
Posted by Susana | March 5, 2004 05:48 AMvery nice site
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